“Fíjate bien en los colores.
Recuérdalos para poder luego pintarlos con los pasteles. Primero los tonos
violetas más oscuros. Azul marino. Luego esas capas rojizas intensas que
parecen sostenerse sobre franjas de color cada vez más anaranjados. ¿Te das
cuenta?”
Mi padre me hablaba recostado a mi
izquierda, con mi hermano sentado sobre sus piernas. A su vera, yo escuchaba
absorto con la vista clavada en el cielo inmenso teñido de un sangrante sol
poniente. Ocaso primero del amanecer de mis días. Consciente por primera vez
del estallido de colores que iban sepultando una jornada de sábado en el parque
de Cervantes. Empapándome de la escena. Sintiéndome espectador privilegiado de
un acontecimiento excepcional.
El césped donde habíamos estado jugando a fútbol
toda la tarde, empezaba a humedecerse con el rocío temprano y el frío empezaba
a entumecer las posaderas. Veloces
siluetas aladas volaban quebrando sus trayectorias con intrépidos virajes en
torno a las farolas recién encendidas. Me resultó extraño el vuelo errático de
aquellos pájaros.
“Son murciélagos” aclaró "el papa".
Me costaba creer aquello porque lo primero que me venía a la cabeza eran
historias de Drácula y de vampiros asesinos. Se me hacía difícil desprenderme
de ese prejuicio fantasioso y encajarlo
con serenidad adulta en la realidad de lo cotidiano.
Me acuerdo perfectamente de que no
pude reprimir una nostálgica sonrisa cuando muchos años después abrí un viejo
cuaderno de dibujos y se me inundaron los ojos con la escena resucitada de
aquella tarde entrañable.
Allí estaba mi hermano, con su camiseta blanca de
cuello vuelto, mi padre con su chándal azul de “le’coq sportif” y yo mismo con la pelota en las manos. Sobre nosotros, reproducido con infantil precisión el cielo
vespertino, las farolas y los murciélagos.
Me sobrecogió entonces el repentino
recuerdo de mis dedos manchados de
pintura al frotar con ellos el papel pintado para conseguir el efecto
difuminado. Incluso el olor pareció hacerse perceptible por un instante.
Tras de mí, mi padre, encorvado sobre la silla y envolviéndome con
sus brazos, cogía mi mano y la dirigía
explicándome cómo proceder para plasmar los efectos de la luz del atardecer.
Sobre la mesa, la caja verde de pasteles Rembrandt y las pinturas
desparramadas.
Juan Vallejo
¡Vaya! Me ha sorprendido, escribes muy bien. Y no tengo más que decir. Ala, hasta otra.
ResponderEliminarJajaja. Gracias, compañero.
ResponderEliminarHola Sergio, de un ocaso a otro, gracias por traerme aquí, a esos momentos familiares en que un ocaso descubre las aves de la noche,... nos seguiremos
ResponderEliminarGracias, Joseme. Será un placer.
Eliminar2016 Y LA POSGUERRA CONTINUA LAS DERECHAS SE NIEGAN A ENTERRAR EL PASADO SI TE MANIFIESTAS TE APALEAN Y A LA CARCEL
ResponderEliminarLo triste es que solo entierran la parte del pasado que necesitan ocultar.
ResponderEliminarGracias por comentar, Juan.
Un saludo