martes, 26 de enero de 2016

Mi primer ocaso

“Fíjate bien en los colores. Recuérdalos para poder luego pintarlos con los pasteles. Primero los tonos violetas más oscuros. Azul marino. Luego esas capas rojizas intensas que parecen sostenerse sobre franjas de color cada vez más anaranjados. ¿Te das cuenta?”

Mi padre me hablaba recostado a mi izquierda, con mi hermano sentado sobre sus piernas. A su vera, yo escuchaba absorto con la vista clavada en el cielo inmenso teñido de un sangrante sol poniente. Ocaso primero del amanecer de mis días. Consciente por primera vez del estallido de colores que iban sepultando una jornada de sábado en el parque de Cervantes. Empapándome de la escena. Sintiéndome espectador privilegiado de un acontecimiento excepcional.

 El césped donde habíamos estado jugando a fútbol toda la tarde, empezaba a humedecerse con el rocío temprano y el frío empezaba a entumecer las posaderas.  Veloces siluetas aladas volaban quebrando sus trayectorias con intrépidos virajes en torno a las farolas recién encendidas. Me resultó extraño el vuelo errático de aquellos pájaros.

“Son murciélagos” aclaró "el papa". Me costaba creer aquello porque lo primero que me venía a la cabeza eran historias de Drácula y de vampiros asesinos. Se me hacía difícil desprenderme de  ese prejuicio fantasioso y encajarlo con serenidad adulta en la realidad de lo cotidiano.


Me acuerdo perfectamente de que no pude reprimir una nostálgica sonrisa cuando muchos años después abrí un viejo cuaderno de dibujos y se me inundaron los ojos con la escena resucitada de aquella tarde entrañable. 

Allí estaba mi hermano, con su camiseta blanca de cuello vuelto, mi padre con su chándal azul de “le’coq sportif” y  yo mismo con la pelota en las manos.  Sobre nosotros,  reproducido con infantil precisión el cielo vespertino, las farolas y los murciélagos. 

Me sobrecogió entonces el repentino recuerdo de mis dedos  manchados de pintura al frotar con ellos el papel pintado para conseguir el efecto difuminado. Incluso el olor pareció hacerse perceptible por un instante.

Tras de mí, mi padre, encorvado sobre la silla y envolviéndome con sus brazos,  cogía mi mano y la dirigía explicándome cómo proceder para plasmar los efectos de la luz del atardecer. Sobre la mesa, la caja verde de pasteles Rembrandt y las pinturas desparramadas.

Juan Vallejo

6 comentarios:

  1. ¡Vaya! Me ha sorprendido, escribes muy bien. Y no tengo más que decir. Ala, hasta otra.

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  2. Hola Sergio, de un ocaso a otro, gracias por traerme aquí, a esos momentos familiares en que un ocaso descubre las aves de la noche,... nos seguiremos

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  3. 2016 Y LA POSGUERRA CONTINUA LAS DERECHAS SE NIEGAN A ENTERRAR EL PASADO SI TE MANIFIESTAS TE APALEAN Y A LA CARCEL

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  4. Lo triste es que solo entierran la parte del pasado que necesitan ocultar.
    Gracias por comentar, Juan.
    Un saludo

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